sábado, 3 de agosto de 2013

Cuando Muere el Atardecer (Capítulo V)

V

            Gregorio fue un soldado de los Templarios hace ya novecientos años. En esa época, la hambruna y el dolor eran signos inequívocos de un reinado cruel y despiadado. De hombres que así mismo se llamaban Nobles que robaban el fruto de los esfuerzos de sus propios sirvientes. Denigrando mujeres y matando animales por complacerse a sí mismo y a su detestable Rey.

            Demasiado dolor en esa época.

            Tenía doce años cuando entró como escudero del General de los caballeros Templarios. Después de la muerte de su familia y de haber vivido tanto dolor y sufrimiento, servirle a un seguidor de Dios era un bálsamo para sus tempranas cicatrices.

            Descubrir lo que significaba ser un Templario en realidad le llevo diez años de entrenamiento.

            Sin embargo una fatídica noche su honor fue puesto en duda y su fe, dañada.

            Fueron noches de torturas, días de lamentos, palizas, hambre famélica, dolor e impotencia que le hacían doblegar sus creencias y casi ceder al pánico que con cizaña mordía el opositor Rey.

            Y cuando creyó que sólo la muerte podría salvarle del dolor, un niño de mirada dorada y cabello albino vino a él preguntándole si deseaba servirle. Había pasado sobre los guardias apostados en aquellas húmedas y malolientes celdas, sin un paso delator ni murmullo emitido. Vino a él como una aparición pagana que le hizo rezar inconscientemente.

            Y a pesar de su miedo al pequeño niño, temía más al suplicio que efectuaban sus captores, por lo que eligió seguirle.

            Y nunca se ha arrepentido de su decisión.

            Gracias al pequeño descubrió la verdadera existencia de criaturas místicas, adoradas o temidas y que ahora son plasmadas como leyendas. Supo de la verdad tras la traición a los Templarios y se enteró del dolor de sus compañeros y Maestre. Padeció enfermedades y pestes, y aun así continuaba aferrado a vivir. Cuando el pequeño le preguntó por qué luchaba tanto contra la parca, Gregorio le respondió:
            —Porque amo la vida.

            A partir de ahí, su vida cambió por completo.

            El pequeño le hizo vampiro, le donó el don de la vida eterna, lo hizo parte de su familia y compartió su amistad.

            Edgar, a pesar de su apariencia temprana, fue un líder humilde y paciente que con su voz suave, pero potente infundía el respeto y la admiración de muchos. Predicaba con el ejemplo y siempre estaba al pendiente de los otros dejando su propio bienestar al olvido. Mantenía su ética intacta a pesar de las innumerables amenazas de los feudales y soberanos, y protegía al débil de los abusos.

            A pesar del paso del tiempo, actuaba como un verdadero y olvidado caballero Templario.

            Es así como a pesar de que hayan pasado casi mil años siguiera a su servicio y continuara admirándolo.

            De su líder podría decir muchas cosas superfluas, aunque muy pequeños y significativos detalles. Uno de ellos era su ansiosa curiosidad. Casi siempre estaba devorando libros antiguos y nuevos para mantenerse al tanto de las actualidades sin caer en la arrogancia por sus devastadores conocimientos. Apoyaba toda causa humanitaria. Ya sea la hambruna o la sed, ocupaba su fortuna bien manejada para transformar unos desdichados billetes en alimento y sustento para familias enteras. Aprovechaba de inculcar la educación y la necesidad de aprender algún oficio a los jóvenes con la intención de que estos no sufrieran en el empedrado camino que es la vida.

            Era un hombre noble, tenaz, humilde y caritativo con todas sus letras.

            Pero quizás la cualidad más distintiva del Emperador Edgar, era su sofisticada forma de tratar a las damas.

            Tomaba toda mano femenina como si fuera la última rosa viva. Atento en sus palabras como en sus acciones, trayendo suspiros de la nada. Aun si la joven fuera o no agraciada, su Señor la trataba con la misma delicadeza. Joven, niña o anciana: el mencionaba que una mujer fue quien le dio la vida y como tal, debía ser venerada.

            Algo muy olvidado en estos días.

            El Emperador evitaba mencionar palabras crueles o malsonantes a una mujer aún si ésta se las ganara por la fuerza. La paciencia venía incluida en el código de honor. Por esa misma razón, y con toda impresión encima, le extrañaba de sobremanera la manera tan déspota y cruel con la que había sido tratado por una jovencita. Le causaba escalofríos saber que su Señor, sentado tras el escritorio de su estudio, se encontrara tan tenso y enrabiado por aquella pataleta infantil. Sobre todo al notarlo herido en su orgullo.

            Y hablando solo mascullando por lo bajo.

            —¡Mocosa desagradecida! ¡Que me importa su pena! Debió morderse la lengua, o mínimo, tenerme algo de respeto —Rodó sobre su silla mientras miraba la noche desde su ventana—. Ni siquiera pudimos entablar una sana conversación por que en menos de dos minutos saltaba con sus comentarios irónicos. ¿Qué dama con sentido común hace eso?
            —¿Una que no está acostumbrada a sus gestos, Señor? —Disculpó a la desconocida aunque no fuera con muchos ánimos.
            El mayor le miró indiferente.
            —Eso no la dispensa de su mal comportamiento. Aun si fuera por falta de educación o modales, debió tratarme como se le trata a un extraño: con respeto y deferencia.
            —Los tiempos han cambiado, Mi Señor…
            —¡¡¡Ya te dije que eso no la disculpa!!! —explotó para el asombro de Gregorio que de las pocas veces que lo había visto exasperarse, ninguna lo ameritaba una mujer.

            Ambos se observaron en un silencio incómodo. Edgar se sintió confundido por su propio arrebato y Gregorio prefirió cambiar el tema antes de que las cosas se salieran de control.
            —Está algo cansado, Señor. Sería mejor dejar por la paz a la jovencita y que nos enfoquemos en nuestro problema.

            Edgar no respondió, simplemente se levantó de su escritorio y caminó con rapidez hacia su dormitorio. Estaba seguro que por mucho que lo intentara no lograría concentrarse en los objetivos de esa pequeña reunión. Aunque antes de desaparecer de la vista de Gregorio le pidió que no mencionara nada al respecto.

            Y en la soledad, Gregorio esperaba que por la paz y salud mental de su Maestro, la tal señorita no fuera motivo de una nueva conversación.

            Sin embargo el Emperador seguía refunfuñando en su alcoba, con pensamientos que sobrepasaban lo cruel hacia una persona. Maldecía a la educación, la nueva era y a quien se le cruzara en frente. En menos de un siglo las mujeres cambiaron su actitud ante un hombre. No es que antes apoyara la sumisión incondicional y la bestialidad con la que eran tratadas, pero eso no significaba perder los modales y el respeto. Cosas que él consideraba sagradas para mantener una buena relación y comunicación.

            Hasta que se dio cuenta de que le estaba dando demasiada importancia al asunto.

            —Como si fuera a verla otra vez —masculló con resentimiento, siendo interrumpido por un suave tono de voz.
            —¿A quién no verás, hermano?

            Edgar posó su mirada en la pequeña consentida de su reino que esperaba su aceptación para entrar en la alcoba. Una pequeña de ensortijados cabellos plateados y mirada clara con un hermoso tono de piel pálida. Su carita infantil mostraba el característico brillo picaresco de aquellos niños que ya saben cómo conseguir lo que quieren, y sin embargo, irradiaba ternura por donde se le viera. Vestía de un lindo vestido de tul azul como aquellas muñecas de porcelana y zapatitos de charol. Una hermosa pequeña.

            Y de la nada unos ojos castaños y mirada sarcástica se aparecieron por su mente empañando su leve buen humor.

            Dios quiera que nunca siga el ejemplo de estas mujeres de nuevo mundo, pensó.

            —¿Por qué no pasas, Elizabeth?
            La pequeña rió con inocencia mientras corría para sentarse en las piernas de su hermano, abrazándole con cariño.
            —Parecías ofuscado, hermano. ¿Te sientes enfermo? —preguntó mirándole con interés.
            —En lo absoluto, mi niña. ¿Qué te hace pensar eso?
            La pequeña le observó intensamente.
            —Tu aura esta alterada, hermano. Todos en la mansión están nerviosos, esperando que les llames la atención como si estuvieran haciendo algo malo. ¿Tiene que ver con los hermanos desterrados? ¿Por eso estas tan molesto? ¿Es a ellos a quienes no quieres volver a ver?
            —Haces demasiadas preguntas, Lizzy —Reprendió velozmente, esperando acallar el extenso interrogatorio. La jovencita le miró algo dolida.
            —Estás muy extraño, Edgar. Antes no me hubieses ocultado nada —El mayor compuso una mueca de pesar. Es verdad que no hace mucho la confianza era algo primordial entre los hermanos, pero lo que sucedía no le causaba gracia alguna que su adorada hermana lo supiera. Para él era un fracaso total el dejar que las palabras de una simple mortal sin modales le molestaran. 
           
            El vampiro no le contestó de inmediato. 
           
            —¿Ed? —Insistió con cautela—. ¿Me dirás?
            El mayor miró con atención a su hermana mientras rebuscaba en su mente como contarle su situación.
            —¿Lizzy? ¿A ti te molesta cuando un chico te atiende? —En cuanto esa pregunta salió de sus labios se lamentó de inmediato. La sonrisa maliciosa de la pequeña le dio a entender su negligencia.
            —¿Entonces todo tu enojo es por culpa de una señorita?
            El arrepentimiento era grande.
            —¿Ed? ¡¿Con una chica, sentados bajo un árbol, besándose?! —Soltó un gritito, emocionada.
            —¡Elizabeth! ¡¿De dónde sacaste esa frase?! —Se escandalizó el mayor.
            —La señora Thompson me llevó ayer al pueblo y escuché como unos niños molestaban a su amigo por tener novia. ¿Tú también tienes novia? —Continúo con la lluvia de preguntas, dejando azorado al mayor—. ¿Cómo se llama? ¿Cuándo la conoceré? ¿Es de tu edad? ¿Dónde vive? ¿Qué hace?
            —¡Respira, Lizzy! —Regañó con algo de vergüenza.
            —Perdón… —Se disculpó para, de un segundo a otro, volver a la carga—, pero dime, ¿Quién es? ¿La conozco? ¿Dónde está? ¿Es de otro Clan? —Hasta que se dio cuenta de que su hermano se quedaba viendo el vacío—. ¿Hermano? ¿Es con ella con quien estás enojado?
            —Lo siento Lizzy, pero no quiero incomodarte con estas conversaciones, además son cosas a la que no debo tomarle importancia.
            —Sigues molesto, Ed. Quizás te sientas mejor si me cuentas. Yo te apoyaré, hermano.

            Edgar correspondió a la sonrisa de su hermanita con alivio, aunque estaba seguro de que se arrepentiría de esto más tarde que temprano. Con algo de apremio comenzó a relatarle su encuentro con la joven desde el inicio hasta el final. Trató de no entrar en detalles, sobre todo de la época moderna ni de como las ideologías femeninas habían cambiado. Su hermana escuchó en silencio sin interrumpir hasta que Edgar terminó con un suspiro derrotado.

            —La verdad estoy confundido. Fue muy amable al principio, aunque tuviese sus momentos desagradables, pero cuando le retribuía de forma afectuosa ella comenzaba a tratarme como si fuese algo atípico o estuviese siendo hipócrita.

            La pequeña se quedó pensativa por unos buenos minutos que a Edgar le pusieron nervioso. Después de todo su hermanita podría ser muy tierna, pero se volvía una verdadera manipuladora si se le daba la gana. Su don era el de encontrar las debilidades de cada ser existente.

            —Tal vez son cosas a las que no está acostumbrada, hermano —Curiosamente fue lo mismo que le mencionó Gregorio—. Y por si fuera poco tú eres un extraño para ella. Recibiste su ayuda y te apareces a las semanas, eso fue muy desagradecido tu parte, Ed —El mayor prefirió no acusar inocencia aunque tuviese millones de excusas. Su hermana era adepta a la cortesía de Etiqueta—. E incluso criticas constantemente su vida sin siquiera conocerla verdaderamente… No creo que estés haciendo un buen trabajo —Concluyó analíticamente mientras cruzaba sus brazos en un leve berrinche. Edgar se tensó con el rostro mostrando enfado.
            —Hago lo que todo varón debe hacer con una dama a su alrededor.
            —Pero no es algo bien recibido ¿Verdad?, tal vez las cosas han cambiado mucho y tendrás que habituarte, hermano —Le miró a los ojos con insistencia—. Claro, si realmente deseas seguir en contacto con ella.
            —No creo que sea buena idea considerando mis obligaciones —mencionó buscando excusas.
            —Eso no te detuvo hace unos momentos.

            Edgar evitó bufar de hastío encontrándole toda la razón a su hermanita, si realmente no quisiera saber nada de la jovencita, bien podría inmiscuirse en sus asuntos desatendidos y no estaría ahí, en su habitación, contándole su frustración a su hermana.      

            —Y por lo que me has contado ella te ha tratado como a un amigo…
            —¡Trata livianamente a todo el mundo, Lizzy! —La pequeña quiso rodar los ojos, pero se contuvo debido a sus modales. Su hermano podía ser tan tozudo—. Eso no es normal, ¿Imagina que alguien se aproveche de su confianza?
            —Pero te ha dado su confianza, a ti. ¿Acaso piensas aprovecharte de eso? —Edgar le miró como si hubiese proferido un crimen—. Entonces ella no debe temer por ti. Eso es suficiente. Además no sabes si realmente es así con la gente todo el tiempo, sólo lo comentas porque ha sido así contigo, no lo has visto en otros individuos, ¿Cierto?

            Evidentemente Edgar no tenía bases para refutar eso. Du le había tratado así, tal vez mostrándose tal cual era, no había visto el mismo comportamiento en otras personas. Además con su amiga fue en extremo cariñosa. Quién sabe si realmente era así sólo con sus amigos y él simplemente exageraba por ignorancia. Las mujeres a su alrededor siempre eran en extremo delicadas y corteses. Nunca había estado en la situación de una desconocida tratándolo con tanta soltura.

            —Deberías hablar con ella. Saciar tu curiosidad. No te haría daño tener una amiga, hermano. Estás tan hermético en el castillo. Me da la impresión de que llegara un día en que dejaras de apreciar la vida por culpa de la monotonía —Las palabras de la pequeña reflejaron su miedo. Edgar la abrazó queriendo quitarle ese temor.
            —No pienses en eso, Lizzy. Nada me alejará de ti, te lo prometo.
            —Yo sé, hermano. Gracias por cumplir con tu promesa.

            El vampiro le sonrió como hace tiempo no hacía esperando tranquilizar a la pequeña mientras analizaba sus palabras y se preguntaba como entablar una amistad con la tan endemoniada jovencita.



lunes, 8 de julio de 2013

Cuando Muere el Atardecer (Capítulo IV)

IV


            “Pub, La Desquiciada”

            Edgar, desde lo alto de un edificio, estaba seguro de que el nombre de ese local era, por mucho, el adecuado.

            Estaba lleno de desquiciados.

            La chica había entrado allí hace unos cuarenta minutos según su reloj de bolsillo. Y quiso seguirla dentro para, por lo menos, completar su misión: saber su nombre. Pero cuando estuvo a una cuadra de ingresar al local, el asqueroso bullicio casi le hizo explotar el tímpano.

            ¡¿Qué clase de porquería musical escuchan los humanos de ahora?!

            Así que, con la frustración tiñendo su cara, tuvo que resignarse a esperarla desde la azotea del edificio de treinta pisos ubicado al frente. Al menos desde esa altura esas desastrosas notas musicales no perforaban sus finos oídos.

            Pasaron un par de horas cuando la jovencita salió del local, aunque acompañada de un tipo que estaba abrazándola. Ambos pasaron ante la mirada del vampiro que de inmediato se dio cuenta del estado de embriaguez del sujeto. La joven apenas podía con el peso del borracho que mascullaba cosas por lo bajo mientras le pedía opinión a su compañera que, algo más lúcida, le afirmaba sus comentarios.

            Se quedaron en una esquina esperando un taxi y cuando éste se acercó, ambos subieron y partieron hacia el norte de la ciudad.

            Edgar siguió el vehículo saltando en los techos de las viviendas, haciendo gala de su agilidad, hasta llegar a un barrio pobre y lleno de mujeres en las esquinas. La chica bajó al joven con dificultad y se dirigieron a lo que parecía un hostal. En lo que golpeaban para poder entrar, Edgar pensaba en la ligereza de la moza para entrar con un amigo a un lugar tan impúdico. Estuvo tentando en despreciarla pensando en que el interés que le había despertado era totalmente infundado, hasta que escuchó un golpe y un millar de gritos en dirección al hostal. Con sorpresa observó como una mujer regordeta con enrulados en la cabeza y máscara de pepinos en la cara, despotricaba contra el chico que, más dormido que despierto, le pedía disculpas y rogaba perdón. De una oreja lo jaló hacia dentro y se justificaba con la jovencita que se despedía con una maliciosa sonrisa en la cara. Sin poder creerlo, y extrañamente aliviado, la siguió en la oscuridad de la calle viendo como sacaba un aparatito de su cartera y se injertaba unas extrañas esferas en los oídos. Gracias a su fina audición, se dio cuenta de que una composición se podía escuchar saliendo de aquellas cosas. Una melodía muy distinta a las escuchadas en ese antro y que, a su gusto, era bastante buena. La vio seguir la huella y apresurar el paso, seguramente para esperar algún vehículo que pudiera llevarla hasta su casa y pensó en presentarse para escoltarla cuando, de un segundo a otro, desapareció en un callejón.

            Alarmado, ingresó al minúsculo espacio encontrándose con una desagradable escena: le estaban robando.
            —¡Suelta la cartera, perra! —Exclamaba el ladrón que tironeaba el pequeño bolso que la joven no cedía a pesar de la fuerza bruta del tipo.
            —¡A tu abuela llamarás perra, jodido idiota! —Y por raro que pareciera, la chica tenía más cara de disgusto que de asustada.

            En el forcejeo Edgar notó como el ladrón sacaba de su chaqueta una espantosa cuchilla dispuesta a clavársela en el abdomen a la muchacha y estaba a punto de entrar en escena cuando, horrorizado, la vio caer al suelo llevándose al tomador con ella.

            Un aullido de dolor coronó la escena.

            El tipo se revolcaba de dolor en el piso gracias a una inesperada y fuerte patada en su virilidad. La joven se levantó furiosa al notar sus ropas sucias y tomando su bolso, volvió a patear al sujeto en la cara. Sin siquiera notar al vampiro, pasó por al lado mascullado mil y un improperios sobre cómo iba a quitar las manchas de aceite de su chaleco favorito. Edgar sonrió asombrado. La jovencita era un espécimen de lo más extraño y no podía evitar preguntarse en su anticuada mente:

            ¿Dónde está la femineidad en estos días?
           
            Por otro lado, la chica estaba que se la llevaba el demonio. Había ido a ese antro para aclarar las cosas con Dael, su mejor amiga, pero le salió el tiro por la culata. La agarraron de burla en burla, y en su molestia terminó tomando unos cinco combinados de sabrá Dios qué, hasta que vio a su amigo “computin” caer en la mesa más borracho que una cuba y a sabiendas de que su madre era un ogro se ofreció a llevarlo —En realidad nadie le presto atención ya que estaban todos en el bailoteo—, y cuando llegó, sus sensibles oídos escucharon el rosario de insultos que le tocaron a su amigo borrachín, aunque la parte final donde le tiraron de las orejas le hizo aguantarse la carcajada y después se marchó con rapidez para encontrar un taxi que la llevara a su casa antes de que se pasara la noche, a sabiendas de que en ese barrio difícilmente encontraría un vehículo por lo peligroso del lugar. Se puso sus audífonos para al menos hacer más amena la caminata cuando siente que le tiran de su chaleco hacia una pared donde su cabeza rebotó con algo de fuerza y advirtió de inmediato las intenciones de un estúpido para llevarse su querido bolsito. Y como esas cosas ya le habían pasado, se las ingenió para poder pegarle al tarado sin tener en cuenta el asqueroso piso bajo ella. De haber sabido que el suelo estaba con aceite y quizás que cosas, hubiese ingeniado otra táctica. Pero no, tenía que hacer las cosas a la primera y ahora despotricaba contra todos los santos habidos y por haber porque estaba segura de que ese chaleco quedaría marcado de por vida. 

            Y ahora tendría que llegar a su casa solamente para desvestirse, lavar su ropa y dormir. Ya no tenía ganas de continuar con su juego.

            —Se ve que la ha pasado mal, querida dama —Comentaron a sus espaldas.

            La chica observó a Edgar que estaba siguiéndola nuevamente, y como estaba con el enojo a tope, difícilmente contralaba su viperina lengua.
            —¿Se te ofrece algo, niño? —preguntó con cara de mala leche.
            Extrañamente, al vampiro, el ácido tono de voz le causó gracia.
            —No tiene que enojarse conmigo por las cosas que le han pasado. Eso sucedió porque salió de casa tan tarde. No es algo normal en una jovencita.
            La mujer le miró con molestia.
            —Tremendo machista eres. Las cosas peligrosas pueden pasar tanto de día como de noche, y el que salga a la calle a las doce es cosa mía. Si me expongo es porque sé a lo que me enfrento.

            Buena respuesta, pensó el mayor.

            La siguió a pesar de que la joven aumentaba el paso. La vio apretar los puños y tratar de despejarse la cara debido al cabello desordenado. Pasaron por una concurrida calle llena de mujeres de vestimenta estrafalaria y para estupor de Edgar, de hombres con vestimenta femenina. Todas saltaron buscando acercársele y a pesar de que su rostro mostraba indiferencia, por dentro deseaba que las y los chicos desaparecieran de visual. Con molestia se dio cuenta de que la jovencita que seguía le observaba a una distancia prudencial con una astuta mueca plasmada en la cara. Y usando algo de fuerza, consiguió hacerse paso para continuar siguiéndola dejando un montón de chiflidos y comentarios obscenos a sus espaldas que, de haber sido un tipo vergonzoso, se le hubiesen puesto rojas hasta las orejas.

            Cuando la tuvo a la par siguieron caminando, esta vez juntos. Edgar no pudo evitar el reclamarle por haberlo dejado a expensas de semejantes individuos. Para su sorpresa, la joven le respondió:
            —No tienes que enojarte conmigo por las cosas que te han pasado. Eso sucedió porque saliste de casa tan tarde. No es algo normal en un jovencito.

            La palabra “venganza” estaba grabada en ese comentario.

            Hasta ahora Edgar pudo sacar pocas, pero evidentes conclusiones de la chiquilla que caminaba a su lado. Era rara, gustaba de la pizza mirando el televisor, de pensamientos feministas, y una rencorosa en potencia.

            La joven le observó por un momento mientras se detenía en la esquina de un paradero.
            —¿Te gustaría tomar un té en mi casa? —Lo invitó con sinceridad. Edgar quiso aceptar casi de inmediato, lamentablemente un pequeño cambio en el ambiente le hizo rechazar la oferta. Fue leve, pero la decepción pasó por el rostro joven—. Bueno, que importa. Al menos ya sabes donde vivo, puedes visitarme si gustas, siempre que sea después de las siete —dijo con simpatía dispuesta a marcharse.
            —Espere un momento —Ella le miró interrogante—, hemos pasado casi toda la noche juntos y a pesar de nuestra pequeña convivencia no me ha permitido saber su nombre —concluyó el mayor, confundido.
            —Ah, claro. Discúlpame —Tendió su mano al otro para que la tomara—. Mi nombre es Du, un gusto.

            El gesto masculino paralizó a Edgar por unos segundos. Tomó la extremidad con delicadeza e iba a cambiar su ademan para besar la palma cuando la joven retiró con rapidez su mano. Du, para extrañeza del vampiro, tenía un mohín de desagrado, mezclado con duda en una sonrisa que más parecía que a la chica le había dado parálisis facial. Una mezcolanza bizarra.

            —No te sientas mal, pero eso que haces me da la sensación de que estoy en una película hentai[1] donde yo soy una princesa babosa y tú eres el mayordomo depravado —respondió a la pregunta mental del vampiro mientras se despedía con la mano alzada corriendo para alcanzar un taxi.

            Edgar lo único que entendió de la charla era que ella se consideraba una babosa y a él un… ¿Depravado?
           
            ¡¿Qué demonios significaba hentai?!

            Dejó a la joven marchar sin pedir explicaciones mientras colocaba su mente en blanco y con una rapidez sobrenatural retrocedió cerca de dos cuadras para ingresar en un callejón cerrado donde un individuo le esperaba arrodillado con la mirada puesta en el piso cual fuese caballero de la Edad Media.

            —¿Qué ocurre, Alexander? Les dije claramente que me ausentaría siete días —dijo en tono de mando que, ya sea por el lugar o la oscuridad, sonó amenazador.
            Un imperceptible temblor recorrió el cuerpo del joven encorvado que levantó su rostro mostrando un perfil aniñado, de cabellos castaños y ojos en tono verde claro.
            —Lo siento mucho, mi Señor, pero Gregorio se ha enterado de que desean derrocarlo.
            —Eso es algo común, Alex. No amerita que vengas a mí.
            —Señor, el Comité comenzó una investigación y se ha llegado a la conclusión de que el anterior ataque sólo era un señuelo, ya no estamos peleando con humanos o cazadores. Me temo que se trata de Los Exiliados.
           
            El rostro del líder mostraba una seriedad absoluta.
            —¿Qué tan fehaciente es esa información?
            —Abdel y Baruc fueron vistos hace dos días en la península de Italia —respondió el otro, rápidamente.
            —De ser así habrían buscado al Consejo de Ancianos, tendríamos noticias de un atentado.
            —A Gregorio le avisaron hace unas pocas horas: El Consejo de Ancianos fue asesinado ayer —El mayor le miró con insistencia—. La probabilidad de que hayan averiguado su paradero es muy alta.
            —¿Temen que vengan hasta aquí?
            —Es factible.
           
            Edgar se quedó en silencio mientras devoraba esa información. La noche del ataque él había tomado el lugar de un subordinado esperando despejar sus tormentosos pensamientos. El vampiro que preparó la trampa no lo esperaba a él y por ello se jactó tanto cuando lo reconoció. La ausencia del tal Snake significaba que estaba avisando a otro que habían capturado al pez gordo. Y aunque ya no estuviera en sus garras, su ubicación había sido revelada. Realmente había sido muy descuidado.

            Unas ondas de malestar lo sacaron de sus pensamientos y enfocó la vista en Alexander notando su nerviosismo. Estaba claro que deseaba preguntarle algo, pero la presencia imponente del albino le retenía. Satisfecho de causar esas reacciones le concedió la palabra al más joven que le miraba pasmado.
            —Disculpe, Mi Señor, pero la pregunta es algo personal y no me creo con las suficientes facultades como para realizarla.
            —Tienes mi autorización, Alex —mencionó el líder, con condescendencia.
            Las manos del subordinado sudaban de los nervios, pero al final se decidió a preguntar aun sin mirar a los ojos del mayor.
            —¿Qué lo motivó a salir de su retiro, Emperador? —La pregunta pilló desprevenido a Edgar que reprimió mostrar su estupefacción. Su compañero continuó platicando evitando trabarse la lengua de los nervios—. Hace más de ochenta años que no salía de su mansión y a lo sumo era por pocas horas. Y ésta es la primera vez en tres siglos que lo vemos interesarse en los humanos, y tanto Gregorio como yo no sabemos si enturbiar este pequeño “relajo” con todas las cosas que han ocurrido últimamente.
           
            Edgar no respondió de inmediato y con sinceridad, se dispuso a autoevaluarse. En definitiva estaba llamando demasiado la atención con estos recientes “escapes adolescentes”, pero decirles que en realidad era para agradecer a la jovencita —Du, si mal no recordaba—, probablemente le aconsejarían escribirle una epístola[2] con los detalles más un ramo de rosas. Sin embargo, la curiosidad pudo más y ahora estaba bastante empecinado en entender la manera tan estrafalaria de ser de la mujercita y por sobretodo interiorizarse más en los avances tecnológicos que casi le dejan en estado de shock.

            La edad lo dejaba curioso.

            La falta inmediata de respuesta puso nervioso al novato y Edgar prefirió sacarlo de sus dudas.
            —Sinceramente, sólo quiero hacer las cosas a mi modo. Pero te aseguro que, si esto pone en peligro al Clan, desistiré. Tienes mi palabra. ¿Eso te da seguridad? —Aclaró para dar fin a la conversación.

            —Descuide Señor. Confío en su criterio.

            No hubo más palabras al respecto. Ambos se retiraron dentro de una especie de neblina que a cualquier ser cuerdo le daría escalofríos.

            Las horas pasaron, el día comenzó a aclarar, los pocos negocios que abren los sábados estaban vacíos y todo por la monumental cruda que seguramente tomó a todos los chicos que bebieron en un viernes por la noche.

            Du se sentía como nueva. Era lo bueno de no saber el significado de la palabra resaca.

            Y aunque para ella, un sábado por la mañana significaba modorra y sueño pesado, lamentablemente se había comprometido con Dael para salir a ver el centro comercial y comprar algo para decorar la casa.

            Lo que para ella significaba un bonito poster de algún anime[3] o manga[4].

            —No querrás ir a una de esas convenciones ¿Verdad? —Le preguntó Dael.
            —¿En dónde los fanáticos se reúnen para probarle al mundo que no son anormales? No, gracias —respondió con rapidez mientras miraba los escaparates con varios muñecos, posters y dvd’s de series que en su vida había escuchado—. Cada día traen más mercancía nipona y ni siquiera saben de qué se trata. Mientras tenga ojos grandes y suene raro, se vende.
            —Es lo malo de seguirle la burra al grupo, si les gusta a muchos y a ti no, quedas como el raro.
            —Pues que no nos importe ser los raros, somos marginados y felices con vida propia. Eso ya es un logro.

            Almorzaron en un puesto de comida rápida y siguieron conversando cosas de rutina cuando un extraño grupo de jovencitas y algunas no tan jovencitas rodearon a alguien que al parecer no se sentía ni intimidado ni descontento por la situación.

            —¿Sabías de algún famoso que viniera por este lugar? —curioseó Dael luego de observar la turba que se acercaba y preguntaba cosas una sobre otra como si estuvieran en una conferencia de prensa.
            —No creo que ese “alguien” fuese tan estúpido, además por la horda esa debe ser un tipo que necesita rellenarse el ego o tiene una bochornosa inseguridad de sí mismo —respondió con completa convicción.
            —¿A quién le dice inseguro? —preguntó una voz masculina y molesta.

            Para sorpresa de Du, era el recién conocido Edgar que, junto a la montonera de mujeres, le miraba con esos afilados ojos dorados y con una insistencia que casi le hace suspirar de los nervios.

            Casi.

            —Oye niño, ¿Qué tal estas? No sabía que eras famoso —mencionó mientras comía un nugget y evaluaba la ropa del chico. “Malone” era lo único que se le venía a la mente.
            —No lo soy —respondió con rapidez mientras miraba a su alrededor—. No sé por qué estas damas están a mí alrededor —Aunque el tono no fue despreciativo, se notaba incómodo. Las mujeres con sólo escucharlo chillaron enamoradas.
            Dael llamó a Du en complicidad hablándole al oído.
            —¿Este no es el pinche que tenías ayer?
            —¡Que no es pinche! —exclamó más alto de lo que debería atrayendo la atención de la manada de progesterona —Ustedes sigan en lo suyo.
            —¿Se encuentra muy ocupada? —Indagó luego de ver la mirada embobada de la amiga—. Lamento haber importunado, sólo quería hablar con usted un momento. Puedo esperar si gusta, aunque no sería mala idea que me presentara —Mencionó mientras se acercaba a la muchacha de cabellos castaños y tomaba su mano con ese ademan tan horripilantemente elegante para gusto de Du—. Edgar, un placer conocerla, ¿Me diría su gracia? —Se presentó el mayor esperando la respuesta.
            —¿Mi… gracia? —inquirió perdida.
            —Te está preguntando tu nombre —Aclaró la morena para luego tomar su jugo.
            —Dael, el placer es mío —Se dejó besar la mano con las mejillas arreboladas y con todas las intenciones de incomodar a su amiga le susurró—. ¿De dónde lo sacaste?
            —De un callejón —Reveló con rapidez aunque tuvo que aclarar algo del suceso ante la mueca espantada de la chica—. Lo encontré herido en un callejón hace tiempo y desde entonces nos hemos estado conociendo, es todo —Aunque no quiso aclarar cuanto tiempo exactamente.
            —¿De veras? —Insistió extrañada con la mirada fija en los ojos dorados—. Que lindos lentes de contacto… y el cabello —Admiró ante la rareza del color.
            —¿Lentes qué? —pensó el albino—. Sí, como decía la señorita Du, nos conocimos debido a una afrenta que asumí en uno de los coladeros del centro y le estoy agradecido por su auxilio.
            La castaña le miró con extrañeza antes de que Du le aclarara la frase.
            —Dijo que nos conocimos por una pelea que tuvo en un pasaje del centro y que me está agradecido por la ayuda.
            —Ahh… —exclamó sin más que decir, aunque no perdió las ganas de preguntar—. ¿Por qué hablas tan raro? —dijo mirando al joven y luego a Du—. ¿Y por qué le entiendes?
            —Es cierto, no he tenido tiempo de preguntarte —insistió la morena.
            —¿Será porque cada vez que quiero que platiquemos surgen contratiempos, mi señora? —Hizo ver con un pequeño tic en la ceja.
            —Sí, es cierto —Le dio la razón.
            Dael miró a ambos con confusión y preguntó con franqueza: —¿Ustedes son pareja?

            Los dos aludidos se miraron de arriba a abajo para luego reír con soltura.
            —¡No, para nada! Demasiado machista y retrógrado para mi feminista mentalidad —Du sonrió con simpatía ante la imperceptible mueca de molestia del albino.
            —No podría haber peor mezcla, moza. La señorita presente es todo lo contrario a lo que busco en una mujer —Explicó el vampiro para no quedar en menos, algo herido en su orgullo.

            No pasó mucho tiempo para que el grupito de mujeres se marcharan al no tener la atención del “apuesto caballero” que había llegado de la nada con ese traje formal y lentes oscuros. Y aunque sabía que el estilo de ropa, a Edgar no parecía incomodarle, Du no podía evitar imaginarse en una película de Al Capone.
            —Al menos te deshiciste del grupo de urracas —comentó la morena cuando Edgar decidió tomar asiento por su cuenta.
            —Si se les ignora, se van —mencionó como si fuese una gran verdad—. Y el hecho de que les haya inducido una pequeña orden mental también ayuda —pensó con paciencia.
            —A muchas ese truco no funciona, es como si les dijeras “Mírame, estoy disponible para casarme” —comentó la morena con escalofríos causando gracia en su compañera—. Varias sienten que se las va el tren y se agarran de lo único que les toque.
            —¿Disculpe? —bisbisó el albino, con enojo.
            —Lo siento, fue sin malicia —Se disculpó por el comentario aunque el albino le miró con una cara que decía “eso no te lo crees ni tú”—. Pero es que no puedes culparme… es decir ¡Mírate! Vistes terrible —dijo Du como si estuviera adulándolo, y agregó—, No sé cómo las mujeres se pueden interesar en ti. Tienes una nariz puntiaguda, ojos dorados… ¡Ni que fuera natural!, pelo albino o blanco, no sé…¡¿Lo ves? Ni siquiera se diferencia el color! ¡Y tienes la gomina pegada hasta el cuello! —La venita palpitante en la sien de Edgar se acrecentaba con cada comentario mientras Dael se alejaba lentamente de la mesa mirándolos a ambos—. Tez muy pálida, ¡Parece que te hubieran sacado del congelador! ¡¿Y aun así babean por ti?! Eso es ridículo… ¿A dónde se fue el buen gusto de la gente?

            El vampiro hacia uso de todo su autocontrol y paciencia para no morderle el cuello a esa jovencita que le faltaba el respeto sin reparos ni pensar en las consecuencias. Tentado estaba de succionar todo ese líquido vital para cerrarle la boca, aunque una parte de su mente lo congelaba en su sitio.
            Quizás sabe a veneno por culpa de esa viperina lengua, pensó con desprecio.

            —Lo bueno es que todavía quedamos mujeres con algo de criterio —Apuntó a su amiga y así misma—. Tu serías mi tipo si no fueras tan “anticuado”, hijo.
            —Asumo que debo sentirme feliz por su comentario —comentó con la poca paciencia que le quedaba.
            —Oh, no feliz, pero sí tranquilo —Le sonrió mientras le mostraba la lengua.

            Dael, quien miraba ambos flancos tirarse rayos mentales con grandes probabilidades de causar un pandemónium no halló nada mejor que fingir que se le había acabado el jugo para huir de ahí. Lamentablemente Du no estaba para la labor y terminó yendo por ella.

            Un silencio incómodo se instauró entre ellos sobre todo por el aura resentida que emanaba el albino gracias a las palabras sinceramente crueles de la muchacha que no llevaba ni dos días queriendo conocer. A Dael le dio la impresión que el muchacho se notaba confundido y ofendido.
            —Discúlpala —Edgar se sobresaltó al escuchar a la amiga—. Du suele ser así, algo “malvada” con sus comentarios, pero tampoco lo hace con mala intención —Quiso disculpar, pero hasta sus palabras sonaban hipócritas.
            —¿De verdad? —Alzó la ceja con las emociones a flor de piel.
            —Bueno, no es que lo haga con mala intención… o sea sí, pero… hay un trasfondo para que se comporte así —Terminó la frase dando una misteriosa impresión.
            —¿Y cuál sería?
            —Lo sabrás, si aguantas —Le dedicó una amistosa sonrisa mientras veía como Du se acercaba a la mesa.
            —Jugo de manzana a la orden, querida —Edgar notó que la morena entregaba la bebida a su amiga con una dulzura asombrosa, como si la chiquilla a la que casi le destripa la lengua no existiese.

            Algo había allí que le causó cuidado.

            ¿Acaso Du era… Le gustaban las…?

            —¿Te pasa algo, niño bonito? Te ves como ido.
            Edgar se sobresaltó al notar la mirada de la morena demasiado cerca de su cara.
            —Nada, pequeña. Desvaríos míos.
            Du le miró con sospecha, pero no le llevó la contraria. Se dirigió a su amiga que preparaba su bolso. Preguntó sin poder evitar su mueca decepcionada.
            —¿Ya tienes que irte?
            —Sí, quedé de almorzar con él y ya debe de estar por llamar —Como si lo hubiese invocado el timbre de un celular hizo eco en el patio de comidas de esa sala llena de gente. Para Edgar fue el chillido más agudo y desafinado del que hubo oído jamás.
            —¡¿Qué demonios es eso?! —Mencionó alterado mientras se tapaba sus sensibles tímpanos.
            —Un ringtone algo añejo y malsonante —Miró a su amiga que le miraba con culpa—. ¿Cómo puedes tener esa “cosa” en tu celular?
            —Es que se des-configuró —Explicó ante un absorto Edgar que no entendía nada.

            Con sorpresa, Edgar comprendió que el aparatito que traía la tonada de los infiernos era un teléfono, pero sin cables. Estaba francamente sorprendido hasta que observó a Du con un aparato similar en las manos. Sin notar que estaba violando la privacidad de la muchacha, y más metido en su curiosidad, vio como ésta miraba la hora y se ponía a “Jugar” con la cosa chillona. No pudo evitar las preguntas.
            —¿Qué haces? —Estaba tan absorto en la curiosidad que hasta se olvidó de tratarla de “usted”.
            —Juego el Zelda para Java móvil.
            El albino le miró inexpresivamente unos segundos.
            —¿Me lo dirías en español?
            Du no creyó que alguien de su edad fuera tan ignorante en estos temas tecnológicos, pero inconscientemente comenzó a instruirlo.
            —El celular, además de servir para hablar por teléfono, también tiene otros usos como el escuchar música, tomar fotos, grabar videos, almacenar datos y jugar.
            —¿Sale música de esto? —Tomó el aparato con extrañeza, casi como si fuera un pequeño duende.
            —Sí, ¿Quieres oír? —No esperó la respuesta y entre su colección encontró uno de sus temas favoritos—.Quizás no te guste, pero la verdad a mí no me simpatiza en lo más mínimo la “diarrea auditiva” que se escucha hoy en día —Conectó los audífonos que Edgar le vio anoche y de él, a un volumen moderado, salió la tonada de Sting “Desert Rose”. Un tema relajante y de mezcla exótica. El vampiro se mostraba desconcertado.
            —Cuanto han avanzado —comentó al aire dejando extrañada a Du.
            —¿Tu no usas celular? —Le preguntó para salir de la duda.
            —Sinceramente no reconozco ninguna de las invenciones que me ha exhibido —Reconoció sin temor aunque impresionado—. Y la verdad es que si no me interiorizo con esto quedaré obsoleto en cuanto a discernimiento —Hizo caso omiso al escuchar un “Ya estás obsoleto” y le preguntó—: ¿Me auxiliaría al respecto?

            La morena no contestó, sólo se dedicó a mirarlo como si fuese un bicho raro. —¿De qué dimensión eres? —preguntó sin ocultar la burla.

            Y aunque Edgar tenía unas imperiosas ganas de contestar con el mismo tono mordaz, la joven Dael terminó de conversar por el teléfono y comentó a su amiga que ya tenía que marcharse. Y para sorpresa de Edgar, Du mostró una verdadera mueca de tristeza.

            La despedida fue algo corta, pero emotiva. A Edgar le dio la impresión de que ambas amigas difícilmente podían verse y quizás por ello se extrañaban. Y Du se lo confirmó con sus palabras.
            —Extraño los días en el Instituto —musitó.
            —¿No se ve muy seguido con ella? —preguntó con curiosidad volviendo a su formal manera de tratarla.
            —No. Ella tiene una vida hecha y yo también. Además, con eso del trabajo y mi nulo interés social casi no salgo a menos que deba juntarme con ella o los otros chicos —mencionó mientras caminaba fuera del recinto seguido de Edgar. El día se presentaba nublado y algo frío a lo que la muchacha maldijo por lo bajo por haber olvidado su chaleco y el vampiro, como todo caballero, se quitó la gabardina sacada de “El Padrino” y cubrió a la menuda chica que se tensó en exceso y Edgar no pudo evitar el notarlo.
            —¿Por qué cada vez que realizo un acto de altruismo[5] usted se queda rígida? ¿Acaso cree que tengo dobles intenciones?

            Ambos se detuvieron observándose fijamente.

            —¿No las tienes? —expresó con otra pregunta sin moverse de su lugar.
            —No —respondió con un marcado tono de voz que le hizo pensar a la muchacha que realmente lo había enfadado.
            —Oye, disculpa —Intentó no temblar de los nervios cuando fijó la mirada en los dorados ojos que no mostraba emoción alguna—. Sé que no es muy cortés de mi parte comportarme así contigo, pero en realidad no me gustan éste tipo de “acciones” —comentó buscando algo de empatía del otro.

            Sin embargo a Edgar le importaba muy poco ser empático. El rechazo de una dama, más la poca gentileza y femineidad le confundían en extremo al punto del desagrado. Nunca antes lo habían avergonzado y mucho menos tildaban sus gestos como “anticuados”. Y lamentablemente su paciencia tenía un límite algo corto.
            —Todo lo que hago es normal. Soy un caballero y usted una dama. Y el hecho de que la trate como tal no debería molestarle —reclamó ofendido sin medir sus palabras—. Es más, debería agradecerlo porque dado su carácter difícilmente un hombre se le acercaría con intenciones serias.
            —¿Debo sentirme herida por lo que acabas de decir? —preguntó con seriedad mirándole fijamente.
            —¿Tú sientes? —Le replicó sarcástico, fuera de todo papel cordial que alguna vez tuviera.

            Por toda respuesta la joven simplemente se retiró del lugar sin mencionar palabra. Y Edgar estaba seguro de que la muchacha de sentir: sentía, pero de que lo admitiera; jamás.





[1] Animación japonesa pornográfica.
[2] Carta, mensaje.
[3] Serie de animación japonesa.
[4] Comic japonés.
[5] Caballerosidad, generosidad, desinterés.